domingo, 16 de diciembre de 2012

El atractivo del mal

No es raro que personas que se desenvuelven dentro de unos límites aceptables tengan trato frecuente con otras de las que se sabe que no se frenan cuando de cometer una maldad se trata.
Ya se sabe que la mayoría necesitan de una coartada para perpetrar la maldad que proyectan, y que en bastantes casos esa coartada puede ser bastante infantil. En el caso de los psicópatas, basta con que vislumbren que pueden conseguir algo para que se decidan.
En gran parte de los casos, las fechorías son de esas que quedan impunes, porque las leyes no pueden abarcarlo todo.
Y el hecho de que perpetren sus fechorías no suele hacer que disminuya el número de sus amigos. Incluso los hay que les admiran. Y es que el mal ejerce un notable influjo. El mal es destrucción y es violencia. Y el ser humano a menudo siente la pulsión de destruir, que reprime en la mayor parte de los casos. Quizá esos deseos de ejercer la violencia y de destruir cosas que han quedado reprimidos son los que llevan a muchos a admirar a quienes sí que los llevan a cabo. Los entienden puesto que a ellos también les hubiera gustado hacerlo.
Hay otra cuestión que no quiero callar. Quienes tratan con estas personas malvadas no se sienten cohibidos en el plano moral por ellos, como sí que podría ocurrir con otros cuya sujeción a un código de conducta fuera tan evidente que les obligarse a darse cuenta de que lo su modo de vida tiene más que ver la con la satisfacción de caprichos que con código alguno. Con estos últimos sufren una suerte de humillación interior a la que no hay lugar cuando tratan con aquellos con los que se sienten moralmente superiores. Comparados con éstos incluso se sienten buenos, cosa que no les desagrada del todo si la pueden conseguir sin esfuerzo.

martes, 4 de diciembre de 2012

Ensayo (irreverente) sobre lo políticamente correcto



Notas previas.-
a)     Mislata, hoy en día, es una ciudad pegada a Valencia y creo que su término municipal  está todo construido, pero a principios del siglo XX era una población agrícola que vivía totalmente al margen de Valencia, de la que estaba suficientemente separada.
b)     Los charlatanes eran unos señores que llegaban a un lugar, preferentemente en domingo, montaban una tarima alrededor de la cual se formaba enseguida un corro de gente dispuesta a contemplar el espectáculo y que acaba comprando en su mayoría un montón de cosas de las que vendía el charlatán.
c)      Los dogmas son unas proposiciones que no se pueden demostrar pero que quien dijera en otros tiempos que no los creía podía pasarlo mal. Desaparecidos los castigos corporales en algunas partes del mundo podía pensarse que la gente podía abrazar las dudas sin temor. Pero las cosas no son así exactamente, buena parte de la gente necesita certezas. Chantal Maillard habla de los muros en los que la gente se apoya para mantenerse en pie, pero que al mismo tiempo no dejan ver más allá. Se trata de lo políticamente correcto.
Demostración.- En los tiempos citados, a principios del siglo XX, un vecino de Mislata llamado Vicent, Visantet de forma cariñosa, quiso ir a Valencia para conocer las fallas. Se puso su mejor traje y tomó el tranvía. Lo primero que hizo al llegar fue comprar el periódico, doblarlo y ponérselo debajo del brazo. Era analfabeto y quiso disimular esta condición. Estaba mirando una falla cuando de pronto tuvo una urgencia intestinal. Vio un bar y entró, con la intención de ir al servicio, pero estaba ocupado. Repitió esta operación en varios bares, siempre sin suerte, hasta que atinó a pasar por un callejón. No se lo pensó dos veces, ni corto ni perezoso abrió el periódico en el suelo, se bajó los pantalones y se alivió. Estaba acabando de abrocharse cuando vio que venía gente, así que hizo un paquete y echó a andar, con la intención de desprenderse de él en cuanto no lo viera nadie, pero fue a parar a una plaza en la que un charlatán explicaba las bondades de una báscula:
-¡Esta báscula es exacta! ¡Pesa hasta el gramo! ¿Quién tiene un paquete?
Alguien se fija en que Vicent tiene uno, se lo quita y lo lleva al charlatán, que lo pone sobre la báscula y dice:
-¡Pesa un kilo novecientos ochenta gramos! ¿De quién es el paquete? ¡Allá va! Y lo lanza por el aire. El paquete se deshace entonces y llena de mierda a unos cuantos. Vicent echa a correr con la multitud pisándole los talones, se sube al tranvía en marcha, pero cuando tenía el pie en el estribo recibe un garrotazo en la espalda.
Al día siguiente iba encorvado por Mislata, apoyándose en un bastón,  y un amigo lo ve y le pregunta: Che, Visantet, ¿qué te ha pasado?, y Vicent responde:
-¡Calla, hombre, calla! ¡En Valencia son muy animales! Allí, si no cagas dos kilos te matan,  y a mí me faltaron veinte gramos.
Conclusión.- Queda demostrado que lo políticamente correcto consiste en cagar dos kilos exactos.