sábado, 5 de febrero de 2011

Cosas de la vida


Durante un breve periodo de su vida, Enrique G. tuvo que convivir unas cuantas horas cada día con Juanjo M. Aunque sería más apropiado decir que lo tenía que soportar. Juanjo M. era uno de esos especímenes que necesitan sentirse superiores a los demás. Con algunos se conformaba en pensarlo en silencio. Con otros trataba de hacer patente ese pensamiento suyo y además de demostrar que su suposición tenía una base real y no caprichosa.
Al parecer, y según Juanjo M., a Enrique G. se le escapaban muchas de las cosas que ocurrían ante sus narices, así que cierto día se puso a hacerle recuento de cosas que habían ocurrido en sus proximidades sin que diera señales de haberse percatado. Enrique G. le escuchó con calma y cuando y cuando aquél hubo terminado, le respondió:
  • Pues no te vanaglories tanto porque a mi perra aun se le escapan menos detalles de esos que a ti. Ella se entera de cualquier silla que cambien de sitio, de que una toalla no colgada exactamente igual que antes, o que los zapatos estén fuera de lugar.
Tras esta respuesta, inesperada para él, Juanjo M. quedó ligeramente abochornado y tampoco cabe descartar que con algo de rencor en el cuerpo. Que le hubieran hecho ver que las cualidades de las que tanto presumía tuvieran más que ver con su parte irracional que con la racional no debió de sentarle muy bien.
Más confuso se quedó cuando Enrique G. le preguntó por Palamedes, de quien no había oído hablar jamás, o por Estentor, que también le era desconocido, pese a que está en el origen de la palabra estentóreo, aunque a Juanjo M. le sonaba más 'ostentóreo', ni por supuesto tenía idea de quién podía haber sido el Cide Hamete Benengeli.
Entre Enrique G. y Juanjo M. había todo un cúmulo de diferencias, diríase que vivían en planos diferentes de la vida, y a pesar de hablar el mismo idioma tenían muchas más dificultades para entenderse que si sus lenguas hubieran sido distintas pero sus intereses en la vida hubieran sido los mismos. Claro que de eso sólo se había percatado uno de los dos, al otro se le había escapado ese detalle.

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